Crónica de compañeros de cordada.
Por Santi y David
La Transilicitana es esa carrera de algo más de 100 insignificantes kilometrillos que a las 6 horas de abrir inscripciones agota sus 1.500 dorsales. Sin saber muy bien el motivo y cediendo, por no quedarme ninguna otra opción, a la invitación de mi amigo Santi de comer un arroz con bogavante post-carrera conseguimos una participación.
Uno siempre puede creer estar bien preparado para una ultra, pero lo cierto es que pueden pasar mil cosas en una carrera de ultrafondo, y siempre existen las dudas y nervios los días y momentos previos a la cita. Si hay algo que minimiza la presión, es hacerla acompañado con alguien de confianza. Haciendo un símil montañero, David es mi compañero de cordada en estas locuras de ultrafondo, y como tal, la vida de ambos van ligadas. Luego en las carreras pueden pasar mil cosas, pero tener a tu compañero de cordada en el otro extremo de la cuerda te da seguridad para emprender la vía.
El día previo al evento llegamos a Elche y por los pelos a casa de la familia Sempere Pascual. Tras asentarnos y probar la tan famosa coca de Elche recogimos el dorsal, no sin antes tener que dar la vuelta 3 veces con motivo de despistes ajenos a mi persona.
Entre berberechos de los buenos y cafés de los malos transcurrió la tarde pateando Elche fuese a ser que al día siguiente no cumpliéramos el objetivo semanal de pasos realizados y nos catalogaran de vagos.
El día de la carrera amanecía fresco, el viento no parecía ser tan fuerte como predecían y los nervios no eran excesivos, imagino que cosa de la experiencia puesto que por parte de un servidor los deberes no estaban hechos del todo.
Nuestro objetivo era hacer los 100km (102k reales) en menos de 13 horas . Algo más ambicioso era bajar de las 12. Pero teníamos los pies en la tierra, David había perdido una semana de entrenos importante por una lesión y como decía, “estaba en horas bajas”, aunque sus horas bajas son altísimas para la mayoría de los mortales (lo contrario que su altura). Para ir controlando el ritmo nos propusimos un baremo de hacer 10km cada 1h 15’.
Gines, nos acompaña a Santi y a mí a la salida para quedarse con nuestra ropa de abrigo y desearnos suerte, al tiempo que inmortaliza con su móvil el momento.
Intentamos avanzar antes del pistoletazo de salida pero es imposible, en Elche la gente tiene el mismo sentido común que en Mallorca, gente que va a caminar durante unas 24 horas se coloca al lado del campeón de España de ultrafondo.
Los primeros kilómetros trotando sigue costando avanzar debido a la dificultad de adelantar a quien ha decidido realizar una marcha y colocarse entre los primeros corredores.
La salida fue un poco desastrosa para nosotros. La verdad es que no estamos tan acostumbrados a carreras tan multitudinarias (1500 personas), y nos pilló muy atrás. El porqué se ponen tan delante personas que solo piensan caminar es ya otro cantar. Así que nos pasamos los dos primeros kilómetros buscando huecos por donde poder adelantar. Y aún nos quedamos en zona media cuando comenzamos el camino al pantano, donde adelantar es complicado.
Por el kilometro 6 nos adentramos en el pantano, donde una vez conseguimos superar a los caminantes nos encontramos a los instagramers, gente que les apetece en el tramo más técnico de la prueba pararse a realizarse un selfie y que el resto de los participantes esperen.
Empieza el primer o penúltimo, como queráis catalogarlo, ascenso y seguimos avanzando hacia el primer avituallamiento. En éste me doy cuenta que la barriga no está muy fina y decido no abusar comiendo, a pesar de que mi vocación por la ultra distancia es debido, única y exclusivamente, a la alta ingesta de calorías sin ningún tipo de remordimientos.
El camino de bajada era bueno, pero siempre fuimos al trote, sin forzar nada los músculos. Abajo, al lado del campo de golf, estaba el primer avituallamiento. No paramos mucho, pero nos dimos cuenta que en general, la gente ni paraba, como si se tratara de una prueba de 20km. Si uno paraba a miccionar, el otro hacía lo propio para aprovechar el momento. Al menos al principio, luego descubrí que la vejiga de mi piña retenía poco líquido y le dejé mear más veces de las acordadas.
Para nuestra suerte encontramos uno de esos avituallamientos no oficiales formado por un grupo de 4 octogenarias quienes ofrecen dulces caseros, ante el rechazo de una corredora que alega “eso engorda”, a lo que ninguno de lo presentes dimos crédito; fuese a ser que al final esta prueba no haya quemado las suficientes calorías.
Km 30, (3h 5’). Íbamos algo más deprisa de lo acordado, pero lo cierto es que no sentíamos que forzáramos nada. Pronto llegaríamos al tercer avituallamiento donde mentalmente llegábamos a la primera parte de la carrera. Allí paramos más tiempo, rellené todo lo que tenía, y comí todo lo que veía. Con una mano agarraba frutos secos y en la otra tenía un sándwich de Nocilla.
Encarábamos la que consideraba la parte más dura, el ida y venida a la playa. Visualmente la veía pesadísima. Son una burrada de kilómetros (casi 35km) en los que se puede decir que no pasa nada, pero que es la clave de toda la carrera.
Tras pasar el tercer avituallamiento los kms pasan y nos adentramos por caminos de casas de campo, en la cual nos damos cuenta que nos hemos colado, así que toca sumar metros extras vaya a ser que no lleguemos a los 100 y no quede bien en el Strava. El viento lateral se hace eco y Santi tira a buen ritmo, yo tras él empiezo a dejar 4 o 5 metros mientras intento no frenar su ritmo dándome cuenta que se hará largo.
De pronto mi compañero de cordada dejo de rajar. Para los que no le conocen puedo asegurar que eso es imposible. O eso pensaba yo, pero de pronto dejó de farfullar. Si conoces bien a tu compañero de cordada, todo es más sencillo. Cuando llegas a una reunión no tienes que hablar, cada uno sabe que tiene que hacer. Yo sabía que tenía que hacer, así que le dejé con su portentosa cabeza y su silencio, esperando que el azote me llegara a mí en algún momento y él tuviera que tomar las riendas.
Nos adentramos en la zona del Altet y por consiguiente en la zona arenosa por la que transcurrimos un kilómetro. Santi empieza a percatarse que no es mi día y decide caminar sobre la playa aludiendo que no hay que gastar fuerzas.
Llegamos al avituallamiento del Altet, me tomé un riquísimo zumo de granada, seguí comiendo todo lo que veía y me apetecía, y emprendimos el kilómetro de playa donde ¡fíjate que nos hundimos!, nos pusimos a caminar sin prisa hasta que vimos una cámara, evidentemente.
Al final de este tramo paramos en la bolsa de vida para cambiar calcetines y camiseta. Esta parada dura unos 15’ y tras ella las patas a parte de doloridas están rígidas. Que difícil es volver a ponerlas a tono y más con el viento en contra. Mi tostada persiste, hago juegos mentales con la idea de llegar al km 58 donde solo me quedará una insignificante maratón y después el avituallamiento del 66, que es la estrella.
David seguía callado, yo iba mirando de vez en cuando para comprobar que seguía sobre mis pasos. Y por supuesto, ahí seguía. Poco antes de llegar al avituallamiento clave, nos volvimos a desviar. Esta vez, no había gente por delante, fue un despiste mío en un momento de tirar pa’ delante en un infinito bucle de kilómetros repetitivos. Al muy poco David me avisa del error y volvemos sobre nuestros pasos para llegar al poco al avituallamiento del km 66 (7h 13’). Aquí mentalmente acababa la segunda parte de la carrera.
Sin parar de trotar seguimos avanzado a corredores hasta llegar al avituallamiento más esperado. Cojo dos botes de arroz con leche mezclado con zumo de granada, junto con un puñado de chucherías con la intención de remediar mi pajarón pero sin tener en cuenta que la mezcla podría destrozar mi estómago.
En un avituallamiento fantasma, organizado por la gente de la zona, nos cayó un caldo de pelotas que estaba de muerte. Estábamos ya en medio de la sierra, deseando saborear el café que Ginés nos tenía que llevar al avituallamiento del Pantano cuando le pegué una patada a una piedra y vi las estrellas. Aún quedaban más de 25km e ipso facto supe que me había dejado la uña en la aventura. Notaba como la sangre recorría el calcetín.
Por el km 80, tras la espera frustrada de que Gines apareciera a vernos con el mejor café de Elche, el cuerpo cambia, se ha pasado el pajarón que solo ha durado unos 40kilometrillos y me veo fuerte para afrontar lo que queda. Santi pronto se percata de mi nuevo estado y se inicia una retaíla de habituales rajadas a nuestro grupo de mierda quienes nos informan por el pinganillo que ya estamos en el top 100.
El camino iba serpenteando sin parar y veías como la antena no terminaba de acercarse. Nos atrevíamos incluso en seguir trotando cuando la pista tiraba para arriba. Y sin darnos cuenta llegamos a las rampas del Castro.
Iniciamos el último ascenso mientras el viento en contra sigue sin abandonarnos y no dejamos de adelantar cadáveres, las sensaciones son buenas y empiezo a planear en mi cabeza el asalto a las sub 11horas 30’.
Llegamos arriba, yo me quedé con ganas reales de tocar la antena, que pa’ algo estábamos arriba. Las vistas, pues sí, bonitas. Km90 y 10h 19’
Y para abajo cresteando, que nos pilla de buenas y lo pasamos bien galopando, pero que a esas alturas de día, pues que nos contentábamos por mantener las piernas sanas y bajar con precaución hasta llegar al último avituallamiento.
La bajada es cautelosa por el cansancio acumulado, y ya planeo con Santi no parar en el último avituallamiento, arrojando el tufillo ultrarunner que tanto nos caracteriza. Una vez en éste nos informan que la meta está a 10km y no a 7 como teníamos calculado.
Seguimos descendiendo rápidamente y tras un desvío por el polígono industrial encaramos la ciudad, pronto nos entran las dudas al no observar ninguna marca. Con mucha más esperanza que lógica seguimos avanzando hasta ver que otro corredor ha dado la vuelta. Por tercera vez, nos hemos vuelto a equivocar.
Nos quedamos un par de minutos analizando la situación los tres, y decidimos desandar hasta la ultima rotonda donde vimos a un policía. Otro kilómetro de más que junto con el tiempo perdido parados nos imposibilitó bajar de las 11:30.
Ahora sí, a escasos 2 km de la meta toca pararnos a ponernos el frontal a pesar de apurar lo máximo.
Entramos en la zona del río. Animo a Santi a apretar y me frena con su voz excusándose en disfrutar los últimos metros al tiempo que acelera su ritmo. “Y ÚLTIMOS 200m y encaramos” me exclama mientras de forma simultánea apretamos y adelantamos a los últimos dos corredores.
Cuando ya quedaban apenas doscientos metros, dimos lo que nos quedaba dentro, subiendo las escaleras que llegan a meta de dos en dos, y disfrutando de la entrada a meta con David, el que por muy callado que estuviera, nunca dudé, es la certeza de tener a tu compañero de cordada en el otro extremo de la cuerda.
Ahora sí, la meta de la TRANSILICITANA!!! Esa carrera que a diferencia de cualquier carrera de montaña no resalta por sus vistas o paisajes sino más bien por su organización y la implicación de su gente en una prueba que no sé muy bien el porqué pero es espectacular lo vivido.
Tras una mala noche con la temperatura corporal desajustada y algo de dolor de patas, el día post- Transilicitana cumplimos el verdadero objetivo por el que decidimos completar la prueba; comer un arroz ilicitano con bogavante.
Agradecimiento especial a la familia Sempere Pascual quienes consiguieron que me encontrase como en casa y que solo me faltara café en el avituallamiento que más lo deseaba.