Mallorca 360º Run – ETAPA 7

Peguera – C.N. Arenal. 52 km +730m

9 de mayo de 2021

El 22 de noviembre de 2020, decidimos poner en marcha un proyecto que nos llevaría a circunvalar la isla de Mallorca dando visibilidad al club y la asociación Yes With Cáncer. Era un motivo como cualquier otro para mantenernos ocupados y no perder la motivación durante un periodo con ausencia de competiciones debido a la pandemia mundial. Lo que supongo que ninguno de los que emprendimos este proyecto podía imaginar o soñar, es que este reto pudiera crear unas experiencias tan gratificantes.

Durante este periodo, hemos tenido que ir amoldando el reto al discurrir de la vida, que como un río, va creando meandros, lagunas y cataratas que debemos sortear: desde el mismo COVID, pasando por lesiones, restricciones sanitarias o compromisos ineludibles. Pero como el propio río que es capaz de buscar su camino para llegar al mar, nosotros hemos ido creando camino conforme crecíamos, paso a paso, siempre con nuestro Mediterráneo a la derecha.

De esa fría mañana del 22 de noviembre, a la cálida mañana del 9 de mayo, ninguno de los cinco somos los mismos. Casi todos más viejos (menos Cristóbal, que ha ido rejuveneciendo en cada etapa), pero como dice el refrán, también más sabios.

El 9 de mayo fue un día desde su amanecer, caluroso. Un día que parecía más que principios de junio con temperaturas cercanas a los 30º C. Por ese motivo Pedro, decidió romper la uniformidad y ponerse un calzoncillo, porque no estaba seguro de como respondería con calor. Recordemos que en la anterior etapa teníamos que empujar a los pingüinos del camino para conseguir pasar. 

En la salida nos esperaba Juancar, al que solo habíamos presionado psicológicamente unas cientos de veces. Pero sobró con que Alberto abriera la boca un día antes para asustarlo y tenerlo a nuestro lado. Pedro y Santi estaban muy contentos, por fin iban a poder correr con su futuro míster, y no tardaron en preguntarle si el planning a seguir era entrenar 7 días a full y descansar 10 como hacía él. Todo esto, mientras discurríamos por los primeros caminos cercanos a la playa que iban ascendiendo poco a poco, mientras escuchábamos una bocecita que decía “He sido engañado. Me decían que era todo asfalto”. Y Pablo, que conoce la zona  por haber vivido allí durante un tiempo, no paraba de mascullar: ¡qué necesidad, si hay un carril bici todo recto hasta la meta!”. Aquí, aún no se sabía, pero se empezaba a barruntar una sublevación.

Por mucho que Juancar trabaje en la zona, está claro que no la conoce, y por supuesto que había un camino para ir por la playa mientras seguíamos escuchando «He sido engañado. Me decían que era todo asfalto» y «qué necesidad, si hay un carril bici todo recto hasta la meta». 

Vamos dejando atrás la Costa de la Calma, Santa Ponça (donde Pablo volvería con sus batallitas de abuelo cebolleta sobre el maratón que había por la zona) y el Toro. Esta parte de la etapa era a priori, la zona más aburrida, todo asfalto con rectas interminables y cuestas. Además es una zona donde el viento se notaba más, un viento que durante toda la etapa lo tuvimos de cara pero que gracias a ello, solventamos mejor las horas de más calor. Para ir pasando el rato, iban surgiendo conversaciones de todo tipo, desde el fútbol (que parece ser que es un deporte en el que juegan once contra once pero que todo lo que pasa es por culpa del único que no juega y se llama árbitro), incluso de las piernas musculadas de Santi. Hasta el momento, no se ha mencionado, pero creo que es de recibo deciros que de vez que durante todas las etapas, nos acompañaba una paloma. En la primera etapa nos llevamos un susto, pero poco a poco el zureo proveniente de las cuerdas vocales de Cristóbal ha formado parte de la banda sonora de esta 360ºRun. Igual que estaba formando parte de esta etapa otro tipo de gorjeo proveniente de las digestiones de Juancar. 

Pasado el Toro, nos metemos de nuevo en caminos que nos llevarían, con las fantásticas vistas de la punta del Toro a nuestro lado, hasta Portalls Vells. Iríamos bordeando la costa y adentrándonos en todas estas maravillosas calas desiertas mientras seguía el disco de «qué necesidad». Por cada cala que pasábamos, David se detenía unos segundos buscado cañizo y otros materiales con los que poder construir un cepillo de dietes y estar en paz con la madre Naturaleza, aunque luego no viera del todo mal, si alguien arrojaba una cáscara de plátano a un lado del camino puesto que era biodegradable. Estos son mis principios… Una vez pasada cala Vinyes, a Santi, que de vez en cuando es muy gracioso, se le ocurrió subir unas interminables escaleras que vio enfrente, sabiendo de antemano, que el track no iba por ahí, para hacernos dar una vuelta de medio kilómetro.  David callaba mientras el resto remugaba sobre la necesidad. El caldo de cultivo de rebelión iba en aumento y los dátiles que llevaba Juancar empezaron a parecer insuficientes. 

Por fin llegamos a la playa de Magaluf, lo suficientemente temprano para encontrarnos todo el paseo vacío. Y los kilómetros empezaron a ir más rápidos. Pablo siempre la mente más serena, nos conminaba a bajar una marcha. Pedro y Cristóbal no lo veían, y seguían cual frente militar en primera línea de fuego. Aquí Pedro era el que contaba sus batallitas y desventuras con la media maratón de Magaluf, cuando iracundo, decidió tirar de un conjunto de corredores, y bajo el grito de ¡Libertad! los perdió a todos provocando una descalificación masiva. 

Más escaleras, ¡rayos y centellas! que nos llevarían a la playa de Palmanova y que sin darnos cuenta estábamos en Son Caliu. Nuestro Bounty particular. Pero sin tahitianas. El Bounty es, hasta la fecha, el motín más famoso de la historia. Ya no, desde este 9 de mayo el motín de Son Caliu pasa a ocupar con honor este puesto. Resulta que el track seguía el camino sinuoso entre calas y piedras. Resulta que hacía mucho calor, que había gente esperando en meta, y que quieras que no, no había necesidad de separarse de un carril bici que iba todo recto a la meta. Esto ya lo había dicho, ¿no? Pues Santi seguía sin enterarse y continuaba marcando el camino del track. En Son Caliu, al encontrarse un camino cerrado, Pablo, contramaestre decidió con varios grumetes amotinarse en ese instante y tomar el mando del track. Santi los llamaba a viva voz, «chicos, chicos, que es por aquí» pero ellos hacían oídos sordos. Solo Cristóbal, fiel al capitán, quiso mantener el control del motín. Santi, conocedor de su suerte y en inferioridad numérica, otorgó el poder para no ser arrojado por la borda. «mete, mete escaleras ahora» se escuchaba de fondo. El que va de listo acaba pagándolo, pensó la tripulación. Nos quedaban pues 22 km de asfalto y adoquines para meta. Todo recto, por un carril bici o aceras urbanas.

Juancar ya no sabía que mierdas meterse para olvidar el engaño al que había sido sometido, mientras que Pedro y Cristóbal seguían haciendo caso omiso a los sabios consejos de Pablo. En cada cruce, Cristóbal miraba a Santi, pero este miraba al cielo y murmuraba con lágrimas en los ojos «pregunta al nuevo capitán».

Fuimos a buen ritmo hasta que Juancar, aquejado de un tobillo, decidió poner fin a la travesía, e ir marcando su ritmo más pausado mientras esperaba que lo recogieran. Pablo, se quejaba de que notaba mucho el correr por el asfalto. Entonces una mirada asesina de Santi lo atravesó y escuchamos ufano «pues mi track no iba todo por asfalto». Pero lo ignoramos mientras llegábamos a Illetas y parábamos a repostar agua y por supuesto Maxibones. Mientras estábamos al recaudo de una buena sombra, llegó Juancar de nuevo y aunque no había Maxibones, no le importó tomarse otro tipo de helado, como a David, que se lo comió lo más rápido que pudo para escabullirse de la foto. Al poco  llegó Luis, Corredor de Fondos, patrocinador del club, para correr con nosotros unos cuantos kilómetros. Y aprovechando su llegada lo usamos como fotógrafo. David y Santi empezaron a festejar la llegada, algo que Pablo vio como falta de respeto a los muchos kilómetros que nos faltaban, y como siempre no dejaba de tener razón, pero no nos olvidemos que en este grupo la humildad está escasa. Mientras, Pablo seguía avisando de controlar el ritmo, pero su tiempo de reinado iba a durar poco, y se le empezó a llamar, Pablo el Breve.

Sin darnos cuenta llegamos a Porto Pi y por el fondo apareció Christian con su impecable camiseta rosa. Le obligamos a permanecer a retaguardia, no fuera que cogiera un track inventado y nos metiera por el puerto. Estaba muy contento del motín, y animaba a la tripulación a arrojar al viejo capitán por la borda. Creo que todos habremos hecho miles de kilómetros por el tramo que nos quedaba por recorrer. Miles. Sabíamos exactamente cuanto quedaba desde cada punto a meta, los repechos que faltaban y las curvas a trazar: unos 18 km que se pueden hacer largos. El calor ya era intenso y el paseo marítimo estaba a reventar de gente aprovechando un día tan luminoso y prácticamente veraniego. Pablo el Breve intentaba mantener un ritmo más bajo. Christian avisaba cada poco del ritmo (está el pobre ya mayor, y tampoco le convenía un calentón tonto) y Juancar, que con mucho coraje aguantaba sin sus geles de guaraná, nos decía adiós después de concertar la recogida y aguantar 35km de rajadas y escaleras. 

El abuelo se perdía por momentos, literalmente, desaparecía entre la marabunta que se hallaba en el paseo. Observaba a un corredor e iba a por él, como si no llevara en las piernas un maratón ya. Luego paraba y nos esperaba con paciencia. Aprovechábamos las fuentes para mojarnos las cabezas y las gorras y continuar el camino. De pronto, apareció Consuelo, que aprovechó su momento de descanso en el curro para acercarse a vernos, y ofrecernos un poco de bebida fresca que nos sentó de maravilla. Un detallazo del que estamos sumamente agradecidos.

Hubo un momento que Santi se percató de que su reloj estaba pausado.  Creo que a estas alturas sobra decir que no hay en este grupo, nadie con la cabeza bien amueblada, y para muestras el comportamiento tras percatarse de ese hecho del antiguo capitán. Le faltaban entre 2-3 km, según sus cuentas, lo que le llevaría a cruzar la meta con menos de 50 km. Estaba muy cabreado, porque todos tendrían una medalla de Ultramaratón y él se quedaría sin la medallita de turno del Garmin. Y eso era algo que no podía consentir. Así que decidió ir buscando en los kilómetros que faltaban resquicios para ampliar el kilometraje. Por Cala Gamba fue por el entarimado, y encima, la tripulación, fue detrás, como gesto de buena fe al antiguo régimen.

El Breve empezó a dar muestras de flaqueza. Nos quedaban unos 7 km. Pedro se le acercó y le propuso ir algo más despacio. Nos imaginamos que a Pablo no le quedaban fuerzas para mandarnos de paseo, pero a David y Santi si le quedaron fuerzas para reírse. El pobre Breve, 30 km diciendo que bajáramos el ritmo. Y ahora ya fundido le ofrecían una tregua. La táctica a partir de entonces era simple, correr 1km, caminar 200m. Llegamos a Cala Estancia, Santi seguía haciendo el atontado en cada recoveco, y la meta a 6km, estaba al fondo de toda la playa del Arenal. A la vista todo el rato.

Cristóbal a lo suyo desaparecía unos minutos entre la gente y luego lo cogíamos. Empezábamos a saborear la hazaña. Esta vez ya muy cerca. Santi, seguía en sus trece, aprovechaba los parones para correr dando vueltas de un lado a otro hasta que a falta de menos de dos kilómetros vio que por fin conseguiría su medallita de las narices. Y de la nada, salió por sorpresa Jose Carlos y su gorra Fresco para acompañarnos el último kilómetro mientras hacía lo que se le da mejor que a nadie, ¡selfies a cascoporro! y sin duda, tirando del grupo.

El 22 de noviembre de 2020, en una fría y oscura mañana de otoño, recorríamos con los frontales los primeros metros de esta hazaña. Por las calles de Son Verí, empezábamos una aventura especial repleta de incógnitas, miedos y esperanzas. Unas calles que empezamos a pisar al dar el giro, nos metemos en el Club Náutico, lo cruzamos y al fondo de la playa nos esperan algunos miembros del club animando, ayudando, compartiendo estos últimos de metros de playa en el que acabamos fundidos en un gran abrazo colectivo.

Publilio Siro, un escrito romano, nos dejó para la posteridad pequeñas citas, a modo de sentencias morales, recopiladas en su Sententiae. Una de estas máximas dice:

Ubi concordia, ibi victoria

Donde hay unidad, hay victoria.

No creo que haya mejor síntesis de esta Mallorca 360º Run. Los kilómetros juntos han sido cemento, que nos ha unido de una manera abrumadora. Un proyecto que surgió en época extraña, pero que ha ido creciendo con cada granito de arena, con cada persona que de una u otra manera ha ayudado, compartido kilómetros y apoyado. Los cinco componentes de esta Mallorca360ºRun estamos sumamente agradecidos por todo ello, porque nos habéis hecho sentir queridos y arropados. Un reto cuyo objetivo era dar visibilidad a la asociación YES WITH CÁNCER, al juntos sí se puede y a un club sin más aspiraciones que intentar que sus miembros se sientan como en casa. Nosotros nos sentimos en casa.

 Muchas gracias, de corazón.


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