Mallorca 360º Run – ETAPA 5

Monasterio de Lluc – Banyalbufar. 60km

2 de abril de 2021

Llegó el ansiado y temido día. Etapa reina de este reto que todo empezó con un a que no hay huevos, seguido de un agárrame el maxibon. Por delante 60 km y casi 3.000 metros de desnivel. Frente a nosotros, la Tramuntana: patrimonio de la humanidad por la Unesco, que nada tienen que codiciar a las playas de sus alrededores. Solo recorrer la carretera Ma-10 que la atraviesa ya es sencillamente sublime. Sentirla bajo tus pies por sus sendas, es un privilegio difícil de describir. Pero vamos a intentarlo.

La jornada iba a a ser larga y pintaba calurosa porque los días anteriores estuvieron marcados por una subida de temperaturas que nos pilló a todos aún con chaquetas. Aunque no podremos evitar correr al medio día, si podemos empezar antes de que salga el sol. Partimos del monasterio a las  siete de la mañana, con la noche aún cerrada y los frontales iluminando los primeros kilómetros de GR. A pesar de encontrarnos a 500m de altura, no hace excesivo frío y con poca ropa de abrigo se corre cómodo. Sabemos que la primera parte de la etapa es una de las más duras, ascendemos en pocos kilómetros 700m de desnivel hasta el Coll des Prat. Pero estamos frescos. Además, hemos desayunado el café secreto que cual nigromante, nos ha preparado David, y cuya receta ha pasado por varias generaciones de maestros cafeteros. Que Pedro haya tenido que esperar media vida en poder desayunar esperando la bebida mágica son efectos colaterales sin importancia. Una vista rápida sobre la mesa da una idea de lo triste, muy triste, que es la vida del deportista ameteur que quiere ser como los Pro. Ni una Pantera rosa, ni rastro de bollería, olvídense de Colacao. Sobre la mesa solo hay cereales integrales, bebidas vegetales y fruta.

Encaucemos el camino y el escrito. Subíamos sin prisas pero sin pausa mientras los primeros rayos de luz rasgaban la noche. El valle iba quedando a nuestra espalda y en el horizonte iban apareciendo las inmensas bahías de Alcudia y Pollença, y el sol que tímidamente surgía por aquellos lugares que orgullosos sabíamos ya conquistados. Era un espectáculo, una suerte, una foto en la memoria. Conforme íbamos ascendiendo el viento se hacía más presente. Pedro y Santi empezaron a jugar como de costumbre a tocarse los huevos uno a otro  en el tramo final, como si fueran por un tartán en sus series sabatinas. Imagino que si ya hay pocas neuronas en sus cabezas, a 1200m las pocas existentes están encima en hipoxia.

Antes de la hora ya estábamos arriba, zarandeados por un viento que no nos permitía escucharnos mucho. Si nos parábamos nos entraba el frío, por lo que sin mucho que pensar, y tras jugar un poco con las lenguas de nieve que aún permanecían como niños, emprendimos la bajada flanqueados por la cresta del macizo de Massanellas. El camino estaba bien marcado, con bastante barro en algunos tramos, trascurriendo por zonas de hayedos muy cerrados. Un camino espectacular, vacío de vida humana a horas tan tempranas pero lleno de vida y color. Poco a poco nos iríamos acercando a los embalses conforme perdíamos altura. Hablábamos de música, y de si David había o no nacido, cuando Queen sacó su penúltimo álbum o de si el abuelo ya vivía cuando Edison inventó la bombilla. El Gorg Blau lo dejábamos atrás y encaramos la vuelta al embalse de Cúber. ¡Qué bonito es este camino, también!

Comenzamos a ascender el camino que va al Puig de l’Ofre y que dejaríamos a nuestra izquierda una vez llegado al collado para empezar a descender poco antes de llegar al barranco de Biniaraix. El baranc de Biniaraix será lo muy precioso que quieras. Y doy fe que es una locura, una maravilla que aún lleno de gente (siempre) no puedes dejar de recomendarlo. Pero es un martirio para las piernas, tanto si lo subes, como si lo bajas. Y de antemano ya lo sabes, eres consciente que toca destrucción masiva, y lo encaras con cariño, también con calma, que de otra manera los seis kilómetros se hacen eternos. Y mientras David baja como bailando sobre los escalones de pedra en sec, alejando los posibles esguinces, los cuádriceps van tomando temperatura cercana a la fisión nuclear.

Poco antes de dejar el barranco recargamos agua en la última fuente y encaramos camino al pueblo sin más paradas. Pablo iba controlando el ritmo para encarar la segunda parte con las garantías pertinentes. En Sóller nos hacemos la foto de rigor en la plaza con la catedral de fondo, el gentío es inmenso. Pero nosotros tenemos poco tiempo que perder y cruzamos el pueblo hasta llegar a la gasolinera de la carretera principal que va a Puerto de Sóller,  donde hemos quedado con el dicharachero Jose Carlos, que llega a la hora de los marqueses, impoluto, sonriente como siempre, y sin calcetines rosas.

Tocaba subir de nuevo por el Camí des Rost. La subida es más llevadera, pero recordemos que ya llevamos 26km y Biniaraix ha dejado los excéntricos para pocas tonterías. Vamos tranquilos pero sin parar, excepto las paradas de rigor que cualquier instagramer que se preciecomo el dichararchero necesita. Sobre el km 30 llegamos a la capilla de Castelló. Es medio día y hace mucho calor. Discurrimos por un sendero bien marcado, fácil para trotar, que va subiendo y bajando  todo el rato hasta que afrontamos las últimas rampas de Cala Deià dirección al pueblo. Pablo está tocado y aún queda un mundo para Banyalbufar.

Entramos en Deià y David ha crecido un par de centímetros. Ahora es el capitán, y nos mira con desdén si pisamos más de la cuenta sus calles. Mientras vamos camino de la parada programada para avituallarse, la gente desde los balcones se asoma tirando salves al paso de David, y nosotros, su séquito, vamos impertérritos detrás suyo, aguantando su capa para que no roce el suelo.

Una recua de ciclistas nos llenan el horno donde tenemos pensando avituallarnos. Así que tenemos que hacer cola esperando el botín. Hay no hay Maxibon, pero como es el reino de David, no pasas nada y todo es perfecto (esto son mis principios y si no te gustan tengo otros). En su lugar hay empanadas. Las empanadas resucitan a un muerto. Nos entran de maravilla. De hecho, el pensar en moverse de la sombra del algarrobero donde estamos da máxima pereza y apetece más acabar con las existencias de empanadas. Pablo a resucitado. ¡Para no hacerlo con estas viandas! Y en su mundo, el viejo druida Cristóbal, que solo hace usos de sus brebajes mágicos,  nos mira con una mezcla de incomprensión y pena. Meros mortales somos a su lado.

Salimos de Deià por el camino des Molí, todo tieso para arriba, por si las patas se habían olvidado de sufrir en ese breve y merecido descanso. Desde aquí tenemos una espléndida vista de Deià Y no nos queda más remedio que pararnos a hacer una foto. Pero ahora contamos con el profesional de los poses. Todos estamos más tranquilos y le dejamos el trabajo a Jose Carlos. Saca su trípode con cuidado, el anillo de luz LED para los selfies, y.…

-¿Qué es un selfie? – pregunta el viejo.

-Una autofoto -le dice David con esa chulería de creerse aún rey cuando ya nos alejamos de sus dominios.

Normal, los mojes benedictinos de selfies no entienden. Con correr todos los días 15-20km les sobra. La foto de diez, por supuesto. Es lo que tiene ser instagramer.

Hay muchísima humedad en la zona y conforme vamos ascendiendo notamos que el tiempo está cambiando. Una vez llegamos a Son Rullán, la niebla cubre toda la sierra. Hemos pasado de un día de muchísimo calor a encontrarnos una estampa completamente otoñal. Es lo que tienen las montañas, que a la mínima el tiempo cambia de súbito y si no vas preparado puedes meterte en serios problemas. Nos abrigamos mientras empezamos a bajar por la pista que directamente nos llevará, cruzando de nuevo la Ma-10, por Miramar. Entre la humedad, la niebla y la ropa mojada de todo el día, estamos quitándonos y poniéndonos ropa cada poco rato.

En la zona de Miramar tenemos que buscar la senda que lleva a S’Estaca. Al principio está algo desdibujada, porque Miramar cerró todos sus accesos y la senda en este lugar está borrada. Pero poco a poco, y con ayuda del track, vamos encaminándonos hacia el lugar. Tras unos minutos de búsqueda damos con ella. La senda siempre hacia abajo, es muy buena para estirar las piernas. Vamos haciendo camino a buen ritmo. Santi se escapa para poder hacer un video mientras corre el resto, pero en lugar de agradecérselo, se le raja sin piedad, porque claro, se podía haber despeñado, matado, hundido y quién sabe cuantos rayos tormentosos hubieran caído encima de su maltrecho cuerpo. Luego todos quieren fotos, pero quejarse y rajar es primordial. Sobre todo el chispas. Estos son mis principios, y si no te gustan, tengo otros.

A mitad de trayecto se encuentra la capilla de Ramón Llull, medio derruida, donde aprovechamos para hacernos un par de fotos. Al poco llegaríamos a S’Estaca y la senda se trasforma en una pista en la que hay que vigilar el ritmo para no pagarlo más adelante, pues aún nos quedan bastantes kilómetros por delante. Nos encontramos en el tramo más plano de toda la etapa, con el mar muy cerca a nuestra derecha y toda la sierra a nuestra izquierda. No deja de maravillarnos cada rincón por el que vamos pasando. Tras cruzar un portón y bajar por un sendero muy empinado donde los músculos de las piernas ya empezaban a pedir socorro, llegamos a Puerto de Valldemossa. Compramos algo de agua y nos hacemos la foto de rigor. El cansancio es ya evidente. Es el km 45 de etapa. Y llega un momento clave. La subida desde allí abajo a la civilización.

Hay tres puertos de montaña en Mallorca que llegan desde la sierra y acaban en la playa (Sa Calobra, Es Canonge y Puerto de Valldemossa). Cuando vas en bicicleta hay primero que bajarlos para luego subirlos. Y por muchas veces que los hagas, cuando estás abajo y alzas la vista, nunca dejas de preguntarte por qué estás abajo. ¡Qué necesidad! Siempre impresionan.

La senda que ahora teníamos que coger para subir, salía desde unas escaleras del pueblo y ascendía zigzageando imparable más allá de las nubes. Lo veías en el mapa, y no podrías dejar de pensar que esa subida en el km 45 iba a ser apoteósica. Y lo fue. Fue un destrozo considerable de piernas de 2 kilómetros al 19,5 % de desnivel de media. Y como pasa cuando bajas en bici, la única solución, la única escapatoria siempre es para arriba. Cristóbal seguía como si nada, como si los kilómetros no pasaran por sus piernas. Cuando llegamos arriba Santi con el resuello medio cortado lo mira y le pregunta:

– ¿Qué tal Cristobal?¿Seguro que tu brebaje no es doping? (Tenemos que aclarar que para Santi todo es dopping excepto lo que él diga que no lo es). Esto son mis principios…

– Estoy cansadete – dice el viejo.

– Para no estarlo – le replica Pedro.

– Lo que pasa es que yo no me quejo. No como vosotros, que no paráis de quejarse.

Sabiduría viejuna.

Siempre hay en toda etapa un momento de descontrol, de tener que pensar por donde sigue la huella y nuestro camino. Toda esta parte de la isla sufrió hace unos meses, el castigo de un tornado que hizo estragos hasta Banyalbufar. Nuestro camino, una vez llegado arriba había desaparecido. No existía nada. La solución era complicada, nos alargaba el trayecto y no había mucho espíritu para ello. Pero resignados al no ver huella, empezamos a subir carretera arriba. En un último intento desesperado, Santi volvió sobre sus pasos vislumbrando algo que en pasado pareció una senda. Tras unos cientos de metros entre rocas y matorrales apareció un pedazo de camino. Todos suspiramos de alivio. El camino llevaba a la urbanización George Sands y de ahí, tras un pequeño tramo de senda, hasta la urbanización Nova Valldemossa (que es tan nueva que solo están las calles). Pasábamos ya con holgura los 50 km y empezamos a bajar a todo trapo. Aún no entiendo muy bien como se comporta el cuerpo humano (y menos la cabeza). Pero fue ver una senda maja para correr y nos dejamos llevar por el entusiasmo. La senda llegaba a las primeras curvas del puerto des Canonge poco después de dejar la Ma-10.

Cruzamos la carrera y nos metemos en un camino que al poco desaparece. Tenemos que subir y conectar con el cami des Correu que llega a Banyalbufar. Nos separamos un poco y David da con la senda: un muro de unos centenares de metros que atraviesa un espeso bosque y que si quedaba algo de energía en las piernas lo termina de liquidar. El camino es muy bonito, pero no engañamos a nadie si decimos que a estas alturas podríamos tener delante el paisaje más fascinante del mundo que poco o ningún caso le haríamos. Pero creemos que era hermoso.

Una vez en Camí des Correu, y después de decirle a Pablo que ya no se subía más por enésima vez, comenzamos a bajar. Algunos tropezándose. ¡La gente compite hasta por ver quien se hace primero el esguince! Había que disfrutar estos últimos kilómetros. Pedro sacó su móvil para hacer fotos, pero era mucho pedir que nos la hiciera a nosotros por una vez que sacaba el móvil, no, lo mejor era hacerlas a la nada. Hemos decidido cortar todas las fotos donde salga el chispas como acto de protesta.

Y por fin llegamos a Banyalbufar. La plaza del ayuntamiento tenía unos bancos preparados para nosotros. Y allí que nos fuimos los seis. A sentarnos. A respirar. A pensar en la animalada que habíamos hecho sin prepararlo como toca. No creáis que lo celebramos con vítores y palmadas. Estábamos tan destrozados, tan orgánicamente consumidos que solo nos sentamos y los seis permanecimos en silencio durante un par de minutos. Algunos pensarían en hacerse selfies, otros en el helado, la cerveza o el pamboli que Cristóbal había dejado en el coche. Quizá pensáramos en que solo quedaban dos etapas y luego, después de todo el sufrimiento, lo echaríamos de menos. O simplemente ni pensamos. Solo existíamos, que dada la tesitura ya era suficiente.

Pasados esos minutos alguien se levantó. Luego otro más. Las piernas pesaban toneladas. Nos miramos a los ojos y empezamos a sonreir mientras nos felicitamos por esta inmensa locura.

Antonia vino mientras preparábamos nuestro pamboli con una nevera llena de cervezas. Si el dicharachero estaba aquí, no era por otra cosa que por las cervezas ¡que quede claro! Bueno, y por las fotos, bueno, y por su pantalón floreado. Pero sobre todo por las cervezas.

Y allí sentados, comiendo con ropa limpia y riéndose mientras recordábamos el camino es donde realmente se fraguan y ganan todas las batallas. No hay necesidad, no. Tampoco la queremos.


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