Club Nautic Arenal-Colonia de Sant Jordi. 22 NOVIEMBRE 2020
La aventura se inicia en la playa Caló de Sant Antoni, a las 06:30 de una fría mañana. Somos seis integrantes del club (David, Cristóbal, Manolo, Pedro, Pablo y Santi), dispuestos a comernos Mallorca, paso a paso y con muchos nervios. Las dudas vienen implícitas en este tipo de pruebas. Días antes ya estábamos en una vorágine de nervios y preguntas cuyas respuestas eran inciertas: qué ropa me llevo, qué estrategia nutricional sigo, cuál será el mejor calzado, necesitaré tal cosa o echaré a faltar esa otra,…
Volvemos a la oscura mañana del domingo, cuando empezamos a recorrer Son Veri por su paseo al lado del mar que durante todo el día quedará a nuestra derecha, hasta que en Cala Blava cruzamos la carretera para empezar a correr por caminos que nos llevarán a los acantilados de Es Cap Enderrocat. A los pies de los acantilados, apagamos las linternas y nos desabrigamos. El ritmo es constante, los primeros kilómetros pasan sin darnos cuenta mientras hablamos de lo humano e inhumano de la vida. A la altura de la urbanización Malloris, cuando comienzan las edificaciones a pie de acantilado y nos cortan el paso, tenemos que buscar un terreno donde poder bajar los acantaleados con cuidado. El terreno es arena y piedra suelta provocada por al erosión del mar y el viento, por lo que extremamos las precauciones. La vista desde arriba era espectacular, con los primeros rayos diurnos alumbrando al mar, pero desde abajo, el paisaje es igual de asombroso, vamos corriendo por el camino que deja el Delta a un lado y van apareciendo calas de aguas trasparentes. Este terreno cambia cada año por culpa de la erosión y el camino que antes llegaba hasta Badia Blava está prácticamente desaparecido, así que a la altura del mirador de Sa Torre debemos subir el acantilado trepando por el barranco que hay a su altura. Llegan las primeras heridas superficiales de guerra a modo de arañazos en las piernas.
Cruzamos Sa Torre y en Badia Blava nos acercamos a la carretera por un camino de tierra roja contiguo, bastante cómodo para alargar la zancada. Y no tardaríamos mucho en continuar por la carretera que va a Cap Blanc. Si hay algo que puede incomodar de Mallorca es la privacidad de todo el suelo, que provoca el cierre de paso de multitud de caminos. Este hecho nos obligó a coger la carretera más kilómetros de los deseados, pero en el momento en que pudimos salir de ella para acercarnos a los acantilados volvimos a transitar por senderos. Hace unos años vallaron la zona y los caminos se fueron perdiendo. Ante la imposibilidad de mantener el ritmo sin pararnos cada poco en busca de señales de camino, decidimos volver a la carretera no sin antes buscar una salida en el perímetro entre vallas en los que habíamos acabado. Un agujero enorme en un trozo nos permitió salir y volver al asfalto durante un rato. Poco antes del giro de carretera que deja el faro a su derecha, nos desviamos por el sendero que lleva a él.
La vista desde el faro era imponente. Se dibuja toda la costa y Cala Pi aparece al fondo. A partir de este punto, el camino nos llevaría bordeando los acantilados sin perdida hasta Cala Pi. Fueron kilómetros rápidos y sin paradas hasta Cala Beltrán donde descansamos un breve momento para hacerse un par de fotos. Llevábamos ya la mitad del recorrido y aún no aparecían síntomas de cansancio. Poco después llegamos a la impresionante Cala Pi, con sus aguas esmeraldas, límpidas y tranquilas. Bajamos por el embarcadero y disfrutamos de la soledad de esta turística cala sólo para nosotros. Nos avituallamos en un supermercado de la urbanización, y tras un breve descanso emprendimos la marcha. Los kilómetros recorriendo la urbanización es verdad que se hicieron algo pesados, pero ya estábamos en la treintena de kilómetros y quien más quien menos del grupo, ya se ha visto en alguna ocasión con el muro de los treinta.
Una vez dejamos toda la zona urbanizable, ya en primera linea de costa, transitamos por caminos bien marcados y fáciles. Las patas fuera del asfalto funcionan mejor, y las risas siguen circulando por el grupo excepto cuando alguno besa el suelo. Porque heridas de guerras nos llevamos más o menos todos de recuerdo. Llegamos hasta el faro de Estalella donde ya podemos ver, allí a lo lejos, muy lejos (quizá demasiado) nuestra meta.
Una vez llegamos a Son Estanyol, nos tocaba pisar asfalto por primera linea de mar y cruzar Sa Ràpita. Ya no se oían tantas risas, para que engañaros, pero estábamos en la recta final, los edificios de Colonia se iban acercando poco a poco, zancada a zancada. Esos últimos cinco kilómetros ya se hacen con los ojos cerrados, a pesar de que correr sobre arena no es lo mejor para un cuerpo ya castigado. Miras a tu alrededor y no hay duda, es un privilegio poder correr toda la playa desde Sa Ràpita, pasando por Ses Covetes y Es Trenc hasta llegar a Colonia casi sin gente, con un día sin nubes, de sol tibio de noviembre y aguas turquesas.
Casi cinco horas y media después llegábamos a destino. Exultantes y cansados. Con ganas de abrazarnos, aunque tuviéramos que contentarnos con un escueto choque de puños. Pero todos estos abrazos que la pandemia nos está robando, los multiplicaremos en un futuro. El valor está en hacer en cada momento lo indicado. El valor de este Club y estos seis miembros está en creer que juntos, SÍ SE PUEDE.
Como siempre queremos agradecer a nuestros patrocinadores y colaboradores que nos han ayudado siempre en la formación y desarrollo del club: